En una habitación que se hallaba en semi penumbras estábamos, Pame, mi analista y yo.
Ella se hallaba de pie en el centro del cuarto, iluminada desde arriba, exactamente sobre su cabeza, lo que hacía, que su sombra se proyectara en el piso de madera obscura, con una forma circular; asimismo, su barba bajo el mentón, que siempre trataba de ocultar en su vida cotidiana, se hallaba cubierta por su propia sombra. Las paredes del cuarto eran negras, no tenía puertas y estaba bañado con una tenue luz azul.
En un rincón me hallaba yo observándola, repentinamente comienza a quitarse su ropa, pero en forma pausada, sabe de mi presencia, me escudriña por detrás de sus lentes, que no se saca ni aún cuando se baña. Pues estando detrás de ellos se siente segura ocultándose de lo que supone son sus defectos y sus problemas. Comienza por su blusa marrón escotada, quiere mostrar que se fue de vacaciones al mar y en lugar de tener el color blanco habitual, como las sábanas de mi abuela, lucirse con su hermoso bronceado, continúa con sus pantalones a cuadritos, su chalina que no se saca ni aún cuando hace calor, ésta también le ayuda a disimular su mentón; por último las sandalias rojas.
Veo su obesidad exsultante por todas partes.
Al quitarse la blusa, todo un rollo de carne y adiposidad, cae sobre su cinturón ocultándolo, hasta llegar a su pantalón.
Al hacer lo mismo con su pantalón caen sus nalgas y sus muslos parecen globos a medio inflar.
Cuando hace lo propio con el calzado sus estatura disminuye enormemente, como si bajara de un banquito.
Luego de todo esto todavía permanece con sus lentes puestos, parece que formaran parte de su cuerpo o de su persona.
Cuando se quita el corpiño, sus senos le llegan al ombligo; sus pezones se encuentran hundidos. Aquellos saltan de su cuerpo, como si se lanzaran desde un trampolín.
Su bombacha, la que aún tenía puesta, estaba cubierta parcialmente por sus adiposidades.
Esta era idéntica a la de una compañera mía de colegio secundario, elefantitos anaranjados sobre un fondo celeste. Pero en esta ocasión se hallaban sobre un muñeco de fango que se derretía y no sobre una escultura adolescente de quince años, que le quedaba toda la vida por delante.
En cierto instante; mientras se sacaba su bombacha; cuando intentaba inclinarse para deslizarla por sus tobillos, me dice:
¡Vení, acercate!
Me da un ataque de impotencia; por los meses transcurridos con ella, con tantas expectativas y sesiones a cuestas. Contesto:
¡Vos, no estás para ésto!
Allí me despierto y aparezco en mi cama.
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