miércoles, 31 de octubre de 2007

15. Porqué nací (relato)

Esto que voy a contar no lo he vivido, si no por cuestiones que no hace falta explicar, me lo contaron.
Acerca de cómo se conocieron mi padre y mi madre.
Eran los años 50´, la familia de mi mamá vivía en Banfield, cierto día una tía mía, hoy fallecida, se encierra en el baño del chalet donde vivían, comienzan a llamarla y repentinamente se escucha el estampido de un disparo de arma de fuego. Se había parado frente al espejo, se apuntó al corazón, al parecer no lo hizo con certeza; el proyectil le pasó por el costado y salió por la espalda.
Ante tal circunstancia, la llevan de urgencia al hospital Gandulfo de Lomas de Zamora, ese día mi padre era el médico cirujano que estaba de guardia.
Luego de horas de operación, tras levantarle un par de costillas, logran limpiarla, estabilizarla, internarla y salvarla, luego siguió su vida y nos dejó hace unos cinco años.
A partir de allí, mi madre, concurre a visitar a su hermana al hospital, entablando una relación con mi padre.
Aparentemente fue un amor a primera vista, mi abuela paterna no estaba de acuerdo con ésto, mi padre tenía una relación consolidada anterior y debió romperla sorpresivamente, pero siguieron adelante y se casaron rápidamente. Se fueron a vivir a Tristán Suárez, donde ella con sus más de 80 años aún está en su casa. La misma donde parió a sus hijos y quien fuera el amor de su vida los recibió al nacer en su propia cama.
Si es verdad que se trasciende a través de los hijos, ellos lo lograron, y uno desde el cielo y la otra desde su hogar, pueden decir que en el futuro nosotros mantendremos su llama viva.

miércoles, 3 de octubre de 2007

14. La Navidad (recuerdo)

En el jardín de mi casa existía un gran pino de navidad, rodeado de un muy verde césped, contra las paredes medianeras y en innumerables macetas se veían abigarradas flores, de las que mi madre era su mentora.
La reunión se desarrollaba entre el jardín y la sala de estar que daba a éste, por cierto ambos muy amplios.
Los invitados eran innumerables, comenzando por familiares y amigos, a mi padre le gustaba tener a todos reunidos, en particular a mi vecino Volpini, había venido de la guerra y no tenía familia, es sastre, vestía un inmaculado saco blanco y pantalones obscuros, toda la elegancia italiana y su bigote finito.
Para mí ese árbol era gigantesco, salpicado de cientos de guirnaldas, que no solo prendían y apagaban, sino que además tenían formas de muñecos, casas, flores, frutas y otras.
Recuerdo a mis tías y a la mayoría de las damas, vestidas de largo, con guantes que pasaban de los codos, algunas con sombreros, sus espaldas y pechos se mostraban generosamente. Los hombres estaban con trajes o frac, los niños con camisas y pantalones cortos o polleras y blusas.
En la mesa reposaba un lechón u otro animal asado, sandwiches, saladitos; todas esas frutas que se acostumbran en las zonas frías: avellanas, nueces, orejones y más. Las copas para la cena y para el brindis estaban sobre un inmenso mantel blanco.
Mientras los caballeros y las mujeres hablaban en pequeños grupos diseminados en el lugar de reunión, nosotros nos dedicábamos a correr entre la gente. No nos sentábamos alrededor de una mesa, la reunión se desarrollaba en el parque y los living, quien quería sentarse simplemente tomaba una silla.
Al llegar al doce de la noche, mi hermano Carlos con las botellas vacías armaba las rampas para tirar las cañitas voladoras. Se apagaban las luces todos brindaban y se saludaban, solo centelleaban las guirnaldas, luego se prendían a giorno todas las luces, mi padre decía palabras sentidas hacia todos.
Comenzaba a llegar una innumerable cantidad de pacientes y vecinos a dar sus saludos, las puertas de casa estaban abiertas.
Yo de a ratos me dormitaba en alguna silla, hasta que se hacía el amanecer, y los invitados comenzaban a retirarse.
Me parecía una noche espectacular e interminable, para mí era una fiesta, no tenía idea de acerca del significado de la fecha. Pero era lo más fastuoso que tenga como recuerdo de mis primeros años.