Luego de entrada la primavera, se disponía todo para la cosecha. Se reparaba la maquinaria, se limpiaban los galpones, se hacían los contra fuegos, se miraba el cielo para que mande las últimas lluvias y luego hiciera el calor abrasador y la sequía necesaria para que madurara bien el cereal
Yo ayudaba a mi tío Floro en el arreglo de la maquinaria, alcanzándole las herramientas para el trabajo de mecánico, o cuando venía algún conocido o vecino le debía cebar mate.
Ya casi comenzada la cosecha comenzaba a venir gente de todos lados, para recoger las bolsas del campo, se hacía en una chata playa, que en un principio era tirada por caballos y luego por tractor.
La cosechadora era una Dehering 11, que en sus años mozos era remolcada por una cantidad enorme de caballos y luego fue reformada para ser tirada por tractor.
La temperatura del aire era muy alta y éste era seco, mi primo Cacho manejaba el tractor, mi tío Alfonso cocía las bolsas y el Negro Guillermo le ayudaba. La plataforma de cocido tenía un tobogán por el que se arrojaban las bolsas al suelo, mi diversión consistía en montarme en una para deslizarme y caer con ellas. La máquina trabajaba a paso de hombre, por lo que se la podía alcanzar.
En la trilla, se veían muchas perdices pichonas y liebres bebés que se las podía correr y tomarlas, aunque siempre las devolvíamos al rastrojo.
No me dejaban durante la siesta salir de la casa, debía dormir. Luego a la tardecita llevábamos el mate cocido con galleta. En otros horarios les alcanzaba agua para poder soportar el calor.
A última hora les daba de comer a las gallinas y juntaba sus huevos de sus nidos.
Los días que se carneaba capón, la cena eran achuras o asado. Allí toda la gente se reunía.
A mi particularmente me gustaba desayunar abundantemente a la mañana, no me gustaban mucho los caballos, pese a que teníamos uno llamado Picaso muy manso al que le hacíamos bajar la cabeza para montarlo por adelante, a mi me gustaban las máquinas.
Cuando nos podíamos escapar, nos íbamos a la playa de Necochea o a Claromecó, pasábamos un par de días y regresábamos.
Todo se terminaba, cuando los camiones se llevaban las bolsas. Pero igual se seguía con la pastura para los animales
Nuestro vecino tenía una laguna inmensa, allí miraba: flamencos, cigüeñas, chajás, gallaretas, patos, nutrias y cuanto animal podía imaginar. También campeaban los ñandúes con sus charitos y era divertido verlos correr y repentinamente cambiar su dirección abriendo los alones.
No me alcanzaba el día para vivir y sentir todo lo que pasaba a mi alrededor ¿ Acaso necesitaba algo más para ser feliz?
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