Así como pasaba temporadas en mi casa familiar y en el campo, también lo hacía en la casa de mi abuela, Que quedaba en la ciudad de Banfield.
Por aquellos años quien tenía campo, debía tener una casa por la Capital. Mi tío quedó en Juárez; sus hermanas y primas vinieron a la ciudad.
Era un chalet muy grande, de esos de tipo inglés, que la compañía de ferrocarriles daba a sus gerentes. Techo de tejas, amplios jardines, dormitorios y living donde al paso se escuchaba el crujir de las maderas. Existía un piano de pared que tocaba mi madre y una tía. En el fondo un gallinero con una inmensa higuera donde acostumbraba a treparme y un perro guardián que un día desnudó a una persona que pasaba por la vereda, pero que era muy amigo mío.
La calle era totalmente adoquinada, existían vendedores que circulaban con sus carros, y hacían un ruido muy particular al roce del aro metálico de la rueda contra el piso. Estos podían ser el lechero, el heladero, algún verdulero, el botellero y el afilador que andaba con una extraña bicicleta y se anunciaba con una armónica. Acompañaba a mis tías a la despensa o almacén, donde no se pagaba con dinero, se anotaba en una libreta negra, asimismo en la panadería, las revistas las anotaba el kioskero, todos estos lugares se los conocía como lo de don "José", don "Pedro" y otros , algunos días se instalaba la feria llena de carpas blancas y donde se exhibía todo lo que se pueda ocurrir, allí generalmete se compraba el pescado.
A veces no había agua y en la siguiente cuadra donde vivía otra tía a veces había agua.
Vivía en la calle Vieytes, desde allí nos tomábamos un colectivo hasta la estación, con mi tía Sara; comenzaba a cambiar el mundo. Subíamos al tren, que era con vagones de primera todos con asientos de cuero, o de segunda con asientos de madera. Pero lo más emocionante era luego abordar el tranvía, ese maquinista me parecía todo un audaz, manejando la mole de hierro entre toda esa maraña de autos negros, se podía ver al ciudad de Buenos Aires con las ventanillas al aire libre,
viajaba despacio y siempre tocaba la campana, en ocasiones se escuchaba el chisporroteo contra la catenaria. Luego llegaron los trolebuses, pero no eran lo mismo.
Los edificios era tan o más altos que en Mar del Plata, pero de tonos grises, todas las vidrieras y ventanas tenían toldos de lona y los transeúntes si eran varones vestían de saco y corbata; si eran mujeres con ropas obscuras y sombreros.
Nuestro destino era: el Jardín Zoológico o el cine Los Ángeles, donde para mi pasaban las mejores películas de dibujitos animados del mundo.
Luego de nuestra salida, regresábamos en subterráneo, ¡que velocidad para volver!, luego tren.
Ya en el barrio, las calles no estaban muy iluminadas, a mi tía la esperaba su novio, del cual yo tenía muchos celos, con su moto estacionada en el jardín.
En aquellos años se creía que las mujeres eran para tener hijos y cuidar la casa, no se las apoyaba en el estudio, porque "era cosa de hombres".
Hoy a los años miro aquello; ¿mi abuela no se equivocó o se cumplió con la costumbre?, sus cuatro hijas y su sobrina consiguieron esposos profesionales universitarios, su hijo siguió trabajando en el campo. Ella también cumplió su misión, siendo la hija mayor de una familia numerosa y acaudalada, era la preferida de su padre, dedicó su vida a gastar cuanto dinero tenía cerca, a no hacer nada y a lograr que sus descendientes cumplieran la tradición. Aunque luego la sociedad cambió desde sus raíces.
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