viernes, 28 de diciembre de 2007

17. Mis hermanos

Eramos tres hermanos y una hermana. Al fallecer mi padre, el mayor, Carlos, tenía doce años, el segundo que era yo, cinco años, el tercero, Miguel, tres años y mi hermana,Teresa, dos.
De aquella primera niñez, recuerdo muchísimo a Carlos, poco a Miguel y solo en la cuna a Teresa.
A Carlos solía cubrirlo en sus errores, o si estaba de mal humor denunciarlo ante mis padres. Eramos muy compinches. El me llevaba a jugar a la pelota, quien me hacía atender en la casa de sus numerosas amigas, él aparentaba ser mucho mayor de lo que era; tenía mucho éxito con ellas. Andaba en una hermosa bicicleta de carrera, la que le fue suspendida luego que un vecino avisó en casa que se colgaba de los camiones para montar en ella sobre la ruta.
En los carnavales nos disfrazábamos de vaqueros, con revólveres a cebita y todo.
Nos separaban cuando empezaba el colegio, pero siempre nos veíamos los domingos o en vacaciones.
Miguel se dedicaba a sus chiches; andaba por la planta baja de nuestra casa, era demasiado tranquilo, a él lo vivía molestando, le pegaba en la cabeza cuando lo tenía cerca o le hacía zancadilla para que tropezara, lloraba a los gritos e inmediatamente me escondía debajo de la cama o detrás de los cortinados para no ser castigado. Yo era el promotor de todas las travesuras infantiles, colgarme y hamacarme de las cortinas, impulsar los cochecitos a las paredes, tirarle las cañas al vecino que tenía una quinta de tomates. Hasta un día empujé a la niñera por el paredón medianero, cayó sobre unos malvones y en su caída recuerdo que trataba de aferrarse a la pared.
Teresita siempre en su cuna, cubierta por un tul, en cierta ocasión bamboleándome en el cortinado, hice caer sobre su cunita la maderas que sostenían los rieles.
Normalmente mis castigos consistían en quedarme un rato mirando un rincón de la habitación, unos chirlos en las nalgas, o me encerraban en el baño del personal de servicio, donde me encargaba de abrir todas las canillas hasta inundarlo, de todos modos pienso que le dolía más a mis padres castigarme que a mí mismo. Ellos eran de salir todas las noches que podían y el no llevarme, junto con no ver el domingo a mi hermano, eran los peores castigos.
Los tiempos cambiaron mucho, hoy tengo dos hijos, no empleo aquellos métodos con ellos, lo hago por convicción. ¿Estaré equivocado? ¿Mis padres se habrán equivocado? ¿ Cada cual en su momento hizo lo correcto?
Aquella, a la distancia, parece una familia monolítica. Espero que mis hijos puedan decir lo mismo dentro de muchos años.

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