jueves, 29 de marzo de 2007

2.El paisaje

Me hallaba pedaleando una antigua bicicleta negra, en pleno verano, sobre un camino asfaltado, rodeado de arboledas verdes donde se destacaban los eucaliptos. Venía desde Bahía Blanca, donde había llegado en tren y desde allí a Neuquén, quería ir a San Martín de Los Andes.
Luego de una impresionante cuesta abajo, donde me dejé llevar por el impulso, aproveché para retomar la subida donde al final tuve que hacer mucha fuerza para terminar la remontada hasta la cima. Tenía zapatos, pantalón gris y saco azul de paño, el sudor corría por el interior de la camisa, estaba realmente cansado. Elevo mi mirada al cielo, contemplo el movimiento de algunas nubes sobre un fondo absolutamente celeste, el sol implacable golpeaba mi rostro, afortunadamente no había viento.
Al llegar a lo mas alto, cambia el paisaje del verde al del desierto con su arenilla flotando impulsada por la brisa, los rollos de piquillín llendo todos en procesión, el gris del desierto contrastaba contra algunos pajonales verdes o secos y amarillentas ramas trashumantes. Por el fondo cerca del horizonte desértico, rodeado de blancas, negras y verdes montañas, resaltaba una construcción que se asemejaba a un galpón a la vera de la ruta. Paredes blancas, techo de chapa que reflejaba los rayos solares cual espejo. La sed me consumía, allí estaba mi ayuda.
Al acercarme comprendo que era una escuela rural.
¡En medio de la nada!
Me paro en la puerta, llamo; atiende una maestra de no mas de veinticinco años, cabello lacio y obscuro, impecable guardapolvo blanco y zapatos negros con pequeña plataforma.
¡Sepa usted disculparme, estamos en clase!
¡Solo necesito un vaso con agua!
¡Adelante!
La escuela era una sola habitación llena de niños y de adolescentes, los que provocaban un enorme ruido.
Se identificaban tres grupos: los niños con la maestra, muy ruidosos, adolescentes menores con un profesor vestido de ambo con saco marrón espigado; adolescentes mayores con otro profesor de traje azul.
Los niños, parecían concurrir a jugar; los adolescentes a dar excusas de porque no sabían nada de lo que se estaba tratando, aún de obiedades.
Me identifiqué como colega de ellos en la provincia de Buenos Aires; en tono de justificación y sin mediar pregunta, expresaron con tono de resignación:
¡Es lo que hay!
Luego de esto me desmallo o me duermo; aparezco viajando en una estanciera, los profesores adelante; la maestra y yo atrás. Sobresaltado dialogo con la maestra:
¿Dónde vamos? , ¿ Y mi bicicleta?
¡Está atrás, vamos para la capital!
Veo a los lados rastrojos de trigo entre dorados y grisáceos, todos rodeados por sus alambrados. Al costado del camino un enorme edificio de ladrillos, era un SPA. Me comentan que impulsará la región, y pregunto:
¿Con eso solo?
A la derecha se observaba un enorme desierto, cubierto de interminables viñedos, un poco mas allá una bodega.
Allí se harían degustaciones y se produciría un vino autóctono, regado por ese sol inacabable.
Seguidamente me dormí en la camioneta y desperté en mi cama.

martes, 27 de marzo de 2007

1.La psicoanalista

En una habitación que se hallaba en semi penumbras estábamos, Pame, mi analista y yo.
Ella se hallaba de pie en el centro del cuarto, iluminada desde arriba, exactamente sobre su cabeza, lo que hacía, que su sombra se proyectara en el piso de madera obscura, con una forma circular; asimismo, su barba bajo el mentón, que siempre trataba de ocultar en su vida cotidiana, se hallaba cubierta por su propia sombra. Las paredes del cuarto eran negras, no tenía puertas y estaba bañado con una tenue luz azul.
En un rincón me hallaba yo observándola, repentinamente comienza a quitarse su ropa, pero en forma pausada, sabe de mi presencia, me escudriña por detrás de sus lentes, que no se saca ni aún cuando se baña. Pues estando detrás de ellos se siente segura ocultándose de lo que supone son sus defectos y sus problemas. Comienza por su blusa marrón escotada, quiere mostrar que se fue de vacaciones al mar y en lugar de tener el color blanco habitual, como las sábanas de mi abuela, lucirse con su hermoso bronceado, continúa con sus pantalones a cuadritos, su chalina que no se saca ni aún cuando hace calor, ésta también le ayuda a disimular su mentón; por último las sandalias rojas.
Veo su obesidad exsultante por todas partes.
Al quitarse la blusa, todo un rollo de carne y adiposidad, cae sobre su cinturón ocultándolo, hasta llegar a su pantalón.
Al hacer lo mismo con su pantalón caen sus nalgas y sus muslos parecen globos a medio inflar.
Cuando hace lo propio con el calzado sus estatura disminuye enormemente, como si bajara de un banquito.
Luego de todo esto todavía permanece con sus lentes puestos, parece que formaran parte de su cuerpo o de su persona.
Cuando se quita el corpiño, sus senos le llegan al ombligo; sus pezones se encuentran hundidos. Aquellos saltan de su cuerpo, como si se lanzaran desde un trampolín.
Su bombacha, la que aún tenía puesta, estaba cubierta parcialmente por sus adiposidades.
Esta era idéntica a la de una compañera mía de colegio secundario, elefantitos anaranjados sobre un fondo celeste. Pero en esta ocasión se hallaban sobre un muñeco de fango que se derretía y no sobre una escultura adolescente de quince años, que le quedaba toda la vida por delante.
En cierto instante; mientras se sacaba su bombacha; cuando intentaba inclinarse para deslizarla por sus tobillos, me dice:
¡Vení, acercate!
Me da un ataque de impotencia; por los meses transcurridos con ella, con tantas expectativas y sesiones a cuestas. Contesto:
¡Vos, no estás para ésto!
Allí me despierto y aparezco en mi cama.

viernes, 23 de marzo de 2007

Prólogo

Hace aproximadamente tres años fui brutalmente agredido, en circunstancias imprevisibles. Desde entonces tengo ayuda psiquiátrica y psicológica.
Entre los cambios que he tenido en mi vida, los mas destacados son: el consumo de psicotrópicos, lo que nunca había hecho antes, la remembranza de hechos que desde mi niñez hasta aquí, han vuelto con total claridad al presente; la vivencia de sueños cuando estoy durmiendo.
Este espacio se dedicará a contar los sueños, que desde que debo tomar drogas se parecen casi a la realidad; los recuerdos mas y mas lejanos que vienen a mi mente como si los hubiera vivido hace pocos instantes.
El motivo del título es que antes de acostarme a dormir por la noche, debo tomar: 5 mg de valium y 1 mg de rivotril.
Dedico este trabajo a: Lidia, María, Rafael, Pamela, Claudina y Soledad.