Nos encontramos en la secretaría de la escuela donde me molieron a golpes. El motivo se debe a que debemos concursar por un cargo.
Estamos el director, la secretaria, la otra profesora que oposita, un ayudante; yo.
La profesora realiza un extenso argumento en favor de sus virtudes y capacidades. Yo, sabiendo que ni siquiera era profesora, debido al hecho de haber sido su jefe y en conocimiento de sus antecedentes, la refuto, pero desde el punto de vista técnico; no de sus títulos.
Seguidamente la ayudante expresa:
¡Pero vos Gómez, no te podés presentar!
¡Estás en psiquiatría!
Mi opositora la apoya, el director se lava las manos, la secretaria me defiende. Era un verdadero desquicio totalmente inconducente.
Se estaba produciendo esta situación, cuando aparece Cayetano, contador público él, con títulos y antecedentes suficientes.
Comienza otra discusión, para dejarlo afuera del concurso. Lo apoyo, él, desde hace mucho tiempo se hallaba dentro de mis conocidos; yo no tenía ninguna posibilidad de concursar.
Lo estaban apabullando, al verme excluido trato de ayudarlo, diciendo que tenía títulos y méritos suficientes, pero me contradecían expresando que no era profesor. En su defensa explico que es profesor en la universidad; que desde hace muchos años por tradición, a los contadores se los denomina doctores al igual que a los abogados y médicos.
En ese momento me retiro y desciendo por las escaleras, encontrándome con el secretario de inspección, persona que tiene puesta la camiseta de la patronal y es absolutamente inconfiable a los intereses de cualquier docente. Explicándole la situación, me da la razón y se expresa en favor de Cayetano.
Lo veo subir la escalera e ingresar a la secretaría. Allí me despierto
Cuento mis sueños y mis recuerdos en Mar del Plata,Benito Juárez, Adolfo Gonzales Chaves, Tristán Suárez, Banfield,Buenos Aires. A partir de cosumir estas dosis de valium y rivotril antes de dormir
miércoles, 25 de abril de 2007
viernes, 13 de abril de 2007
5.Auxiliando pacientes (recuerdo)
Era ya muy entrada la noche, suena el timbre de mi casa, todos despertamos. Estábamos habituados, pues, mi padre era médico, y lo era en un pueblo de campo donde era el único.
Bajo a ver quien era, porque, para mi, salir a esos auxilios era toda una aventura. Una persona sumamente preocupada dialoga con mi padre, mientras los observo en la sala de espera, estaba impaciente para pedirle que me lleve. Le preguntó a éste paisano, así estaba vestido, si sabía manejar, porque estaba muy cansado para hacerlo, pero la repuesta fue negativa. Pido permiso para ir; él accede.
Nos subimos los tres al jeep, en aquellos tiempos, el único camino asfaltado era la ruta 205. Comenzamos a rodar y tomamos un camino de tierra. Avanzamos cierto trecho, cambiamos a un camino rural, el cual estaba muy fangoso y continuamente se angostaba, sus costados eran pajonales. El vehículo transitaba de cuneta en cuneta.
Nos encontramos, repentinamente, con una tranquera, la que iluminábamos con nuestras luces, pero detrás de ella no existía siquiera un sendero. A un costado nos esperaba una chata de lechero, tirada por dos caballos. Mi padre deja allí su jeep, me dice que debo quedarme a esperarlo allí, se sube a la chata, escucho los cascos de los caballos y los veo perderse en la obscuridad, muy al fondo del campo se observaba una pequeña luz de farol, para ese lugar se iban.
Yo en tanto me aburría, tenía por costumbre, pasar mis piernas por el volante, y bambolearme en él, si se olvidaba las llaves puestas lo arrancaba y lo paraba; si estaba en cambio terminaba en el fondo de una zanja.
La espera se hacía larga, las estrellas desaparecían, comenzaba al amanecer. Hacía mucho frío.
Ahora había alambrados, vacas, pasturas; campo bruto. De allí llega de vuelta toda la comitiva.
El gaucho no encontraba la forma de expresar su profundo agradecimiento. Saludos mediante emprendimos el regreso, mientras yo pensaba si nos mandaría una gallina, unos huevos u otra cosa, pues así era al costumbre.
Al llegar a casa me mandan a dormir, mi padre cambia el jeep por el auto y de allí se va a la clínica. Me despide y comienza su día, pero esa es otra historia.
Bajo a ver quien era, porque, para mi, salir a esos auxilios era toda una aventura. Una persona sumamente preocupada dialoga con mi padre, mientras los observo en la sala de espera, estaba impaciente para pedirle que me lleve. Le preguntó a éste paisano, así estaba vestido, si sabía manejar, porque estaba muy cansado para hacerlo, pero la repuesta fue negativa. Pido permiso para ir; él accede.
Nos subimos los tres al jeep, en aquellos tiempos, el único camino asfaltado era la ruta 205. Comenzamos a rodar y tomamos un camino de tierra. Avanzamos cierto trecho, cambiamos a un camino rural, el cual estaba muy fangoso y continuamente se angostaba, sus costados eran pajonales. El vehículo transitaba de cuneta en cuneta.
Nos encontramos, repentinamente, con una tranquera, la que iluminábamos con nuestras luces, pero detrás de ella no existía siquiera un sendero. A un costado nos esperaba una chata de lechero, tirada por dos caballos. Mi padre deja allí su jeep, me dice que debo quedarme a esperarlo allí, se sube a la chata, escucho los cascos de los caballos y los veo perderse en la obscuridad, muy al fondo del campo se observaba una pequeña luz de farol, para ese lugar se iban.
Yo en tanto me aburría, tenía por costumbre, pasar mis piernas por el volante, y bambolearme en él, si se olvidaba las llaves puestas lo arrancaba y lo paraba; si estaba en cambio terminaba en el fondo de una zanja.
La espera se hacía larga, las estrellas desaparecían, comenzaba al amanecer. Hacía mucho frío.
Ahora había alambrados, vacas, pasturas; campo bruto. De allí llega de vuelta toda la comitiva.
El gaucho no encontraba la forma de expresar su profundo agradecimiento. Saludos mediante emprendimos el regreso, mientras yo pensaba si nos mandaría una gallina, unos huevos u otra cosa, pues así era al costumbre.
Al llegar a casa me mandan a dormir, mi padre cambia el jeep por el auto y de allí se va a la clínica. Me despide y comienza su día, pero esa es otra historia.
martes, 3 de abril de 2007
4.Mi pueblo Tristán Suárez (recuerdo)
Entre fines de la década del `50 y principios de la del `60 yo vivía allí.
Era un lugar de vascos lecheros, con sus boinas blancas, negras, tejidas; multicolores. Siempre en camisa con un chaleco aunque el frío fuera intenso. Además estaban los paisanos tamberos de botas, bombachas y sombrero de ala ancha. Por otro lado había quinteros, portugueses; japoneses.
Existía una usina láctea donde mandaban sus productos, de allí se obtenía una afamada ricota; una muy buena muzzarela y un postre llamado "Tarantela". Los quinteros enviaban sus productos al mercado.
A mi me gustaba ver el tren lechero por las tardes, bajando cientos de tarros; cada vez que pasaba un rápido con su locomotora a vapor me encantaba su estrépito y el vibrar de toda la tierra.
Frente de mi casa estaba la panadería de Porota, con el mejor pan y la mejor galleta, cocinada en horno a leña. Todas las mañanas se la escuchaba putear a toda voz, contra algunos de sus clientes, porque éstos con sus caballos le bosteaban toda su vereda. Pero no había solución, la gente venía del campo a caballo o en carro; allí existía un palenque para atar sus riendas y los animales debían esperar.
En la esquina existía una farmacia, yo me podía introducir en la parte de atrás, y observar altas estanterías, con recipientes de vidrio y de cerámica con balanzas e infinidad de cosas, éste hombre me parecía un genio, de todo aquello podía hacer remedios para curarnos.
Las chicas me parecían lo mas lindo que existía, eran mucho mas grandes que yo: Susana y Nora mis vecinas, las hijas de Nano el carnicero, la hermana de Claudia Balle, Marta la ahora directora de un colegio, Francisca, las hermanas Verasain que vivían frente al club Sportivo.
Por las tardes se organizaban partidos detrás de las vías, el dueño de la número cinco, era el más esperado. Horacio y yo, los más chicos, siempre nos tocaba el arco.
Durante el verano, teníamos una pileta, que se llamaba "La gallina verde", luego del almuerzo pasaba una villalonga, tirada por un caballo, y recogía de seis a ocho personas en su recorrida por el pueblo, en el trayecto estábamos dentro de una nube de tierra, hasta llegar y zambullirnos en el agua.
A la tardecita, me metía en cualquier casa, pues todas las puertas estaban abiertas. Tomaba la leche y luego solía jugar con sus ocupantes :a la casita robada, al ludo o al dominó, aún no sabía leer ni escribir.
Los sábados íbamos a ver jugar a Tristán Suárez, algunos espectadores se estacionaban dentro del club, otros lo hacían parados todos se conocían, también los jugadores eran hijos de la zona.
En la entrada estaba el gordo Zambucho que vendía los boletos y controlaba el ingreso, a los pibes nos dejaba entrar y salir cuantas veces quiséramos, para nosotros comernos un sandwich de chorizo con coca era toda una satisfacción.
Hoy el pueblo es una ciudad, las quintas y tambos son country club, la Tarantela es un supermercado, sólo pasa algún tren carguero y los locales, las panaderías son eléctricas,los remedios los fabrican los laboratorios y los farmacéuticos son vendedores, la canchita parece un asentamiento, la pileta no existe, las chicas son grandes y en casos abuelas, las casas están enrejadas y cerradas con cien candados, el club de fútbol es profesional.
No se puede buscar lo que se dejó hace tantos años, pues no lo vamos a encontrar. Pero si podemos tener memoria de que alguna vez se vivió un estado de bienestar, aunque al ser los protagonistas de ello no nos hallamos dado cuenta y por error, omisión o malicia lo hallamos destruido
Era un lugar de vascos lecheros, con sus boinas blancas, negras, tejidas; multicolores. Siempre en camisa con un chaleco aunque el frío fuera intenso. Además estaban los paisanos tamberos de botas, bombachas y sombrero de ala ancha. Por otro lado había quinteros, portugueses; japoneses.
Existía una usina láctea donde mandaban sus productos, de allí se obtenía una afamada ricota; una muy buena muzzarela y un postre llamado "Tarantela". Los quinteros enviaban sus productos al mercado.
A mi me gustaba ver el tren lechero por las tardes, bajando cientos de tarros; cada vez que pasaba un rápido con su locomotora a vapor me encantaba su estrépito y el vibrar de toda la tierra.
Frente de mi casa estaba la panadería de Porota, con el mejor pan y la mejor galleta, cocinada en horno a leña. Todas las mañanas se la escuchaba putear a toda voz, contra algunos de sus clientes, porque éstos con sus caballos le bosteaban toda su vereda. Pero no había solución, la gente venía del campo a caballo o en carro; allí existía un palenque para atar sus riendas y los animales debían esperar.
En la esquina existía una farmacia, yo me podía introducir en la parte de atrás, y observar altas estanterías, con recipientes de vidrio y de cerámica con balanzas e infinidad de cosas, éste hombre me parecía un genio, de todo aquello podía hacer remedios para curarnos.
Las chicas me parecían lo mas lindo que existía, eran mucho mas grandes que yo: Susana y Nora mis vecinas, las hijas de Nano el carnicero, la hermana de Claudia Balle, Marta la ahora directora de un colegio, Francisca, las hermanas Verasain que vivían frente al club Sportivo.
Por las tardes se organizaban partidos detrás de las vías, el dueño de la número cinco, era el más esperado. Horacio y yo, los más chicos, siempre nos tocaba el arco.
Durante el verano, teníamos una pileta, que se llamaba "La gallina verde", luego del almuerzo pasaba una villalonga, tirada por un caballo, y recogía de seis a ocho personas en su recorrida por el pueblo, en el trayecto estábamos dentro de una nube de tierra, hasta llegar y zambullirnos en el agua.
A la tardecita, me metía en cualquier casa, pues todas las puertas estaban abiertas. Tomaba la leche y luego solía jugar con sus ocupantes :a la casita robada, al ludo o al dominó, aún no sabía leer ni escribir.
Los sábados íbamos a ver jugar a Tristán Suárez, algunos espectadores se estacionaban dentro del club, otros lo hacían parados todos se conocían, también los jugadores eran hijos de la zona.
En la entrada estaba el gordo Zambucho que vendía los boletos y controlaba el ingreso, a los pibes nos dejaba entrar y salir cuantas veces quiséramos, para nosotros comernos un sandwich de chorizo con coca era toda una satisfacción.
Hoy el pueblo es una ciudad, las quintas y tambos son country club, la Tarantela es un supermercado, sólo pasa algún tren carguero y los locales, las panaderías son eléctricas,los remedios los fabrican los laboratorios y los farmacéuticos son vendedores, la canchita parece un asentamiento, la pileta no existe, las chicas son grandes y en casos abuelas, las casas están enrejadas y cerradas con cien candados, el club de fútbol es profesional.
No se puede buscar lo que se dejó hace tantos años, pues no lo vamos a encontrar. Pero si podemos tener memoria de que alguna vez se vivió un estado de bienestar, aunque al ser los protagonistas de ello no nos hallamos dado cuenta y por error, omisión o malicia lo hallamos destruido
3.Por primera vez el mar , Mar del Plata(recuerdo)
No tenía mas de cuatro o cinco años. Llegamos a Mar del Plata por la noche, había en la plaza un enorme pino lleno de guirnaldas de colores. Se veían edificios altos con sus balcones iluminados; algunas personas se asomaban a sus barandas.
Estacionamos en la puerta del departamento, que quedaba en el centro de la ciudad.
Subimos por el ascensor, lo que para mi era una novedad, ya que solo lo había hecho en edificios públicos que eran mas grandes. Al llegar a la puerta de entrada con mi padre y mi madre escucho:
¡Este será nuestro lugar para pasar las vacaciones!
Cuando ingresamos siento el olor a muebles nuevos, veo una gran alfombra; el sonido de la heladera. Me acuesto a dormir en un diván cama, lo que para mi era toda una novedad, por el balcón entran infinidad de ruidos de automóviles, que frenan de golpe y aceleran.
En la mañana siguiente me despierta el voceo de un verdulero, que tenía un puesto de madera anaranjado en la calle. Salimos a hacer las compras.
Subimos al auto, un Dodge negro, para dirigirnos hacia la playa. Tomamos la avenida Colón, era una cuesta arriba, que podía llevarnos hasta el cielo, que se veía, celeste impecable con algunas nubes asemejando bollos de algodón. A nuestros lados había muchísimos departamentos de todos colores, que me parecía salían de la tierra como los álamos, en los baldíos, cantidades de obreros, como hormigas, construían nuevos edificios.
Llegamos a la playa, mi padre me toma de la mano, y me dice:
¡Tonito, vamos al mar!
Así lo hicimos. De frente a una inmensidad entre azul y verdosa, con lineas blancas de espuma muy cerca nuestro; nosotros parados sobre la arena donde termina la resaca y el agua ni siquiera tapa nuestros pies.
Mi padre me dice:
¡Querés ver como se mueve el mundo!
Señala la nubes, veo desplazarlas, muy rápido.
¡Pero yo estaba parado!
Luego señala mis pies.
¡Mirá vos estás en el mismo lugar, pero la arena se corre alrededor tuyo!
Muy sorprendido, creí que me habían mostrado un gran descubrimiento.
Después de ésto me lleva en brazos y nos sumergimos en las olas.
Esta experiencia me llevó a conocer cosas inconmensurables como: el mar, el horizonte, el cielo,
a preguntarme ¿Cómo es que se mantienen en pié esos edificios?, ¿Cómo existen lugares tan distintos a los que yo vivía?
Las respuestas las tuve luego de transcurridos muchos años en mi vida.
Estacionamos en la puerta del departamento, que quedaba en el centro de la ciudad.
Subimos por el ascensor, lo que para mi era una novedad, ya que solo lo había hecho en edificios públicos que eran mas grandes. Al llegar a la puerta de entrada con mi padre y mi madre escucho:
¡Este será nuestro lugar para pasar las vacaciones!
Cuando ingresamos siento el olor a muebles nuevos, veo una gran alfombra; el sonido de la heladera. Me acuesto a dormir en un diván cama, lo que para mi era toda una novedad, por el balcón entran infinidad de ruidos de automóviles, que frenan de golpe y aceleran.
En la mañana siguiente me despierta el voceo de un verdulero, que tenía un puesto de madera anaranjado en la calle. Salimos a hacer las compras.
Subimos al auto, un Dodge negro, para dirigirnos hacia la playa. Tomamos la avenida Colón, era una cuesta arriba, que podía llevarnos hasta el cielo, que se veía, celeste impecable con algunas nubes asemejando bollos de algodón. A nuestros lados había muchísimos departamentos de todos colores, que me parecía salían de la tierra como los álamos, en los baldíos, cantidades de obreros, como hormigas, construían nuevos edificios.
Llegamos a la playa, mi padre me toma de la mano, y me dice:
¡Tonito, vamos al mar!
Así lo hicimos. De frente a una inmensidad entre azul y verdosa, con lineas blancas de espuma muy cerca nuestro; nosotros parados sobre la arena donde termina la resaca y el agua ni siquiera tapa nuestros pies.
Mi padre me dice:
¡Querés ver como se mueve el mundo!
Señala la nubes, veo desplazarlas, muy rápido.
¡Pero yo estaba parado!
Luego señala mis pies.
¡Mirá vos estás en el mismo lugar, pero la arena se corre alrededor tuyo!
Muy sorprendido, creí que me habían mostrado un gran descubrimiento.
Después de ésto me lleva en brazos y nos sumergimos en las olas.
Esta experiencia me llevó a conocer cosas inconmensurables como: el mar, el horizonte, el cielo,
a preguntarme ¿Cómo es que se mantienen en pié esos edificios?, ¿Cómo existen lugares tan distintos a los que yo vivía?
Las respuestas las tuve luego de transcurridos muchos años en mi vida.
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